Evangelio San Lucas 13,1-9
Cuando algunos llegan con Jesús para informarle sobre la trágica desgracia ocurrida en Galilea, y suponen que ocurrió debido a que los Galileos eran mas grandes pecadores que el resto del pueblo, Jesús toma la palabra para rebatir esa mentalidad, una mentalidad que no es ajena entre nosotros. Cuando todo nos va bien, cuando tenemos todo lo que necesitamos, y nos hemos abastecidos para el futuro, es común que uno piense que es por su propio labor y planificación. . Creemos que una buena vida es el premio que Dios nos manda por actuar bien; igual que la desgracia es el castigo que acompaña el mal comportamiento.
Suele que evitamos tener contacto con esas personas que parecen saltar de una desgracia a otra. Puede ser porque tememos ser contaminados por sus desgracias, como si podrían infectarnos. Aunque les tenemos lástima, y sentimos compasión por ellos, no llegamos a identificarnos con ellos. Sospechamos que su trágica condición, con toda su desgracia, dolor y sufrimiento es el resultado de algo que ellos hicieron o faltaron de hacer.
Jesús les dice a sus seguidores, como nos dice hoy a nosotros, que la desgracias, las tragedias, y los sufrimientos no corresponden al grado del pecado en los que sufren. Tenemos todos un grado de igualdad con los que sufren de cualquier modo. Según Jesús, todos somos pecadores, y todos necesitamos arrepentirnos. Si no nos arrepentimos, pereceremos todos como ellos. Los catástrofes, accidentes, y sufrimientos no vienen infligidos en un pueblo por un Dios que quiere castigar a los pecados.
El Dios de Jesucristo, nuestro Padre, es intrínsecamente Dios del amor. Él es misericordioso, y trata a su pueblo con grande generosidad – incluso los que llamaríamos nosotros los pecadores. Su misericordia y su generosidad hacía nosotros constituyen una invitación que seamos misericordiosos y generosos uno con el otro.
Nadie debería considerar sus dotes y recursos, y creer que lo ha merecido porque es mejor que algún otro; ni tampoco creer que al que le falte, es porque ha sido castigado por haber hecho algo mal, o haber faltado en hacer algo bueno.
El bienestar de uno tiene que ser comprendido y recibido como un don, regalado por Dios, solamente porque Él lo ha decidido por su generosidad, y no porque éste ha merecido más que un otro.
Todos le importan a Dios, y Él insiste que nosotros nos tratemos de igual manera. Si no se arrepienten, perecerán como ellos! Para seguir con su ejemplo, Jesús presenta la parábola de la higuera que no produce fruto.
El porqué de plantar árboles de fruta es para poder saborear la fruta. Podemos comprender que el dueño de la viña quedo desilusionado después de tres años de esperar la fruta de esta higuera; y decide cortarla. Sin embargo y debido a la súplica del viñador y el carácter generoso del dueño de la viña, la higuera viene salvada. Se espera que si el viñador la atiende -- cavando la tierra y abonando el suelo, la higuera llegará a cumplir su destino de producir fruta.
El viñador le pone mucha atención a la higuera seca; y el dueño de la viña aunque había perdido esperanza con ese árbol, acepta esperar todavía mas tiempo. Por supuesto, la viña es nuestro mundo, y nosotros somos los árboles que deberemos producir fruto. Este fruto consiste en: el amor, la compasión, la misericordia, la generosidad, la humildad, y el auto-sacrifico.
Aunque nuestro fruto no siempre es evidente en cada uno de nosotros, por medio de la acción de Cristo y el Espíritu Santo, nuestro Padre Celestial nos permite mas tiempo para producir el fruto que es nuestro deber aquí en la tierra. Tenemos que amarnos, unos a los otros, y colaborar para construir y propagar el reino de dios. La expresión de este reino es la unidad, como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Uno. Así también, nosotros, que somos muchos y diversos, tenemos que laborar para realizar la unidad. Nunca podemos aceptar la una separación entre “nosotros” y “ellos”. Si no se arrepienten, perecerán como ellos!
Es algo providencial y acción del Espíritu Santo que leemos esta lectura al mismo tiempo que nos unimos como una Congregación para dar batalla con cuestiones de vitalidad, vida, disminución, y la falta de crecimiento en áreas de la Congregación. Por cierto, reconocemos y agradecemos a Dios por las bendiciones que hemos recibido, individualmente y como sectores de la Congregación – desde nuestro Fundador hasta este momento de reunión: su presencia, sus gracias espirituales, y los talentos personales. Él sigue regando a su viña – nosotros, manteniéndonos vitales, y nosotros tenemos que agradecérselo continuamente, inclinando la cabeza en gratitud.
Al mismo tiempo, sabemos que hay individuos y entidades de la Congregación que carecen de la vitalidad, crecimiento y la producción de los frutos deseados, así como en la parábola de la higuera. Sabemos que si se presentan las debidas condiciones – el abono, el riego, el árbol lleva dentro de si mismo las semillas que producen el fruto. El mismo principio se puede aplicar a nuestra Congregación.
Las preguntas que tenemos que enfrentar y resolver, a la luz del Evangelio, son: ¿Queremos cortar los árboles sin fruto, o queremos darles una oportunidad con la ayuda de abono, riego, y el debido cuidado, para que produzcan el fruto deseado? ¿Cuál es nuestra mentalidad o actitud hacía los miembros o las entidades que no están experimentando la plenitud de vida? Acaso los miramos con algo de sospecho – es por algo que hicieron, o faltaron de hacer, que están luchando y porque les hace falta algo. ¿Comprendemos que estamos en la lucha todos juntos? ¿...que los que están experimentando dificultades de cualquier tipo necesitan nuestra atención particular? Por eso es que Jesus ruega a su Padre por nosotros, hasta el punto de dar su vida para que tengamos nosotros plena vida. ¿Hemos entendido que la disminución de uno, es nuestra disminución? ¿Es nuestra actitud la de “nosotros” y “ellos”? Si no se arrepienten, perecerán como ellos!
La invitación y el desafío que el evangelio nos ofrece hoy es que cada uno de nosotros, como individuo y como entidad congregacional, debe responder como el viñador, rogando que se le dé al árbol mas tiempo – mientras hacemos todo en nuestro poder para crear un ambiente favorable para que el árbol brote el fruto deseado.
En el momento que nos juntamos de nuevo para considerar cuestiones de la vida, la vitalidad y la fecundidad de nuestro árbol – nuestra congregación, que no nos detengamos, que no haya divisiones entre “nosotros” y “ellos”, ni cuestionar quien tiene la culpa por lo que nos falte o por la disminución. Hay solamente una pregunta para todos: ¿Qué puedo yo, como individuo, comunidad, entidad, hacer para enriquecer esta vida y hacerla mas fecunda dentro del mundo Pasionista?
P. Michael Ogweno
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