Fil. 18b-26; Lc. 14, 1,7-11
"Si alguien te invita a una comida de bodas, .. ponte en el último lugar, de modo que... te honren...” Esta recomendación de Jesús nos hace sentir mal. ¿No es ésta una modestia falsa, hipó¬crita? ¿Esta realmente responde al estilo de Jesús?
En todo caso, Jesús dijo al mismo hombre que le invitó: "Cuando des un almuerzo o una comida, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus pa¬rientes, ni a vecinos ricos, porque ellos también te invitarán a su vez y recibirás de ellos lo mismo que diste. Al contrario, cuando ofrezcas un banquete, invita a los pobres, a los inválidos, a los cojos, a los ciegos y serás feliz porque ellos no tienen con qué pagarte. Pero tu recompensa la recibirás en la resurrección de los justos (v. 13-14)
Aquí, Jesús está rompiendo con una regla que sigue funcionando hasta hoy en todas las cultu¬ras del mundo: guardar el equilibrio entre la invitación y la invitación de vuelta, la regla de reciprocidad.
Ésta es una regla, que realmente propia de Jesús. Él observa a nosotros que estamos jugando juegos entre nosotros, juegos que, en general, están dirigidos por nuestro propio beneficio. Jesús se coloca del lado de los pobres, de los miserables y los ciegos; los que no en¬tran en nuestros juegos. La reconciliación que él está buscando, ciertamente no es proporcionada por los ciegos y los pobres, sino por Dios! Queda un desequilibrio, un desequilibrio que nos hace pensar.
- Jesús nos demuestra una libertad y la dignidad maravillosas que podemos ganar, si no seguimos estando metidos en esos mezquinos juegos de: ¿Quién es el más grande? ¿Qué puedo imponer a los demás? ¿Estoy recuperando lo que invertí? Jesús nos libera de estos mezquinos juegos.
- Jesús nos pregunta: ¿Por qué eres tan convencional, tan poco original? ¿Por qué tratas de ajustarte a las reglas y los hábitos establecidos? ¿Por qué no hacer las cosas de una manera distinta, y ver lo que sucede? ¡Experimentarás algo que no esperabas! Dios está implicado.
- Romper con los viejos juegos y hacer las cosas de manera distinta, esto es lo que nos recomienda Jesús. Ésta es la dinámica a la que Dios se atiene. Con esta dinámica Dios quiere cambiar el mundo. Recuerde lo que pasó cuando los invitados rechazaron la invitación: «Anda rápido por las plazas y calles de la ciudad y trae para acá a los pobres, a los inválidos; a los ciegos y a los cojos" (Lc. 14, 21). Allí están otra vez: los que estaban excluidos de la comunión de la mesa. ¡Exactamente los que no pueden extender una invitación de vuelta! Éstos son huéspedes favoritos de Dios.
¿Dónde nos encontramos en esta dinámica de desequilibrio? No podemos rembolsar a Dios por lo que hemos recibido. Por lo tanto, si invitamos a las personas que no pueden invitarnos a su vez, hacemos causa común con Dios! Hacemos igual que hace Dios. Esta su dinámica conlleva una transformación, una energía curativa. Provoca cambios, de verdad.
Lo propio vale para la regla: "ponte en el último lugar"! Es la regla, que Jesús obedeció firmemente. Él se sentó en el último lugar, junto con los pecadores, los niños, los enfermos. Se sentó a los pies de sus discípulos. "Yo estoy entre ustedes como el que sirve "(Lc 22, 27). De esta manera, Dios no entra en un juego de reciprocidad, sino que se compromete a un servicio des¬equilibrado. Servicio que está transformando el mundo.
Hemos leímos de la carta de Pablo a la comunidad de Filipi. Durante este Sínodo General en Roma, hemos estado trabajando en la reestructuración de nuestra Congregación. Estos días, ¿qué hemos relatado nosotros? ¿Qué, acerca de la dinámica en que estábamos metidos? ¿Hemos invitado a los que no nos invitarán a su vez? ¿Hemos roto con las reglas establecidos? ¿Nos hemos sentado con los que no suelen enterarse de la fiesta? Es decir, ¿estábamos unidos a Cristo?
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