domenica 31 ottobre 2010

Homilía para la Clausura del XIV Sínodo General

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Queridos Hermanos de la Congregación, damos gracias a Dios por estos días que hemos compartido juntos y lo hacemos con la Eucaristía, en la que Jesús mismo se convierte en acción de gracias al Padre mediante su muerte renovada y ofrecida como otra “última cena” en el Cenáculo de esta capilla, en la que Él es de nuevo sacerdote y víctima, y nosotros con Él, por el cuerpo místico que es la Iglesia.

La Solidaridad tiene su máxima expresión sobre la Cruz, donde Jesús muere por nosotros, y en el Cenáculo donde Él toma el pan que es su cuerpo, lo parte y lo comparte entre los discípulos; toma la copa de vino que es su sangre y la da a los discípulos para que todos beban de ella. Partir y compartir el mismo pan y beber de la misma copa es el “signo” de nuestro compartir y de la solidaridad y de ello hacemos “memoria” y lo realizamos en este sacrificio eucarístico, en el que “siendo un solo pan, somos un solo cuerpo, aunque somos muchos porque compartimos el mismo pan” (1Co 10, 17). Las opciones personales, de la Congregación y del Sínodo no pueden estar en contradicción con lo que estamos celebrando.

Compartir, partir el pan para distribuirlo, hace que los dos discípulos de Emaús reconozcan a Jesús.

Pero estos días del Sínodo y los dos años después de Cuernavaca no han sido todos fáciles. Hemos vivido días de niebla, de confusión, de temor y la “tentación de éxodo en sentido contrario”, con el deseo de volver como Israel a los trabajos forzados y a la precariedad de la vida en Egipto. Dios tenía un proyecto para su pueblo, no era un proyecto para ayudar a los poderosos sino para liberar a los oprimidos.

El mismo Moisés tuvo sus propias dudas y resistencias a la llamada de Dios que le aseguraba: “Estoy contigo”. Es una breve frase, pero que tiene un profundo significado: ¿a qué puede temer el hombre si Dios está con él? El hombre puede cumplir la misión que se le ha confiado porque no estará solo, sino que Dios estará con él.

La presencia de Dios fortalece, alienta, transforma, es lo mismo que hoy nos recuerda el Evangelio con la historia del encuentro de Zaqueo con Jesús en la ciudad bíblica de Jericó, amplio oasis rico en agua, palmeras y frutos, donde aún hoy un árbol de sicomoro recuerda el episodio. Jesús está viajando hacia Jerusalén (también nosotros como Congregación estamos viajando hacia Jerusalén en este período histórico de la Reestructuración); en la multitud que se agolpa alrededor de Jesús, dos personajes se identifican por un camino de fe similar: un mendigo ciego anónimo que grita: “Jesús, hijo de David, ten piedad de mí”; grita fuerte, molesta, porque además de gritar también es un mendigo, pero Jesús, siempre disponible y solidario, lo sana: “¡Ve! tu fe te ha salvado”. El otro personaje es Zaqueo. Ambos, el ciego y Zaqueo, reaccionan ante el paso de Jesús, toman la iniciativa y logran finalmente “ver” a Jesús y encontrar con Él la salvación: la salvación llega al pobre, pero también al rico y al pecador.

Los exégetas dicen que el caso de Zaqueo está entre los más significativos del Evangelio de Lucas, porque hay en él muchos elementos estimados por el evangelista: el viaje, la riqueza, el deseo de ver, el encuentro, la inclusión de los valores, el hoy de la salvación, la misión de Jesús enviado a llevar la Buena Noticia a los pobres.

Muchos son los elementos que nos describen a Zaqueo: era rico, de baja estatura, un judío pecador al servicio de las fuerzas romanas de ocupación, les exprimía el dinero a sus conciudadanos, pero quería “ver” a Jesús; “se adelantó corriendo”, dice el Evangelio y se subió a un árbol de sicomoro. Y estando arriba, espera y mira desde lejos sin involucrarse demasiado, pero Jesús alza los ojos y lo llama por su nombre: “Zaqueo, baja pronto…”. Y sorprendentemente Jesús se auto-invita: “porque conviene que hoy me quede en tu casa”; es el hoy de la salvación, es el hoy que a menudo también nosotros tenemos presente en nuestros análisis cuando buscamos respuestas para la misión y para ser fermento en el mundo actual. Revisar mediante el actual proceso las posiciones, la pobreza, el potencial de nuestras comunidades es el deseo de querer proyectar juntos las respuestas adecuadas al hoy de Dios porque su Reino está entre nosotros. “Conviene que hoy me quede en tu casa”, Zaqueo se apresuró a bajar y acogió a Jesús con alegría.

El encuentro con Jesús, si es auténtico, genera salvación: “Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo”. Es compartir, es cambiar de óptica y de relación con los demás, es la capacidad de interactuar con generosidad. Y Jesús observando la conversión que el encuentro –“debo quedarme en tu casa” – generó en Zaqueo, dice: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”. Resuena decisivo también aquí en boca a Jesús “hoy” para confirmar la intervención divina en su actualidad de gracia y de responsabilidad. Es un “hoy” continuamente nuevo que se hace futuro para la Iglesia, para la Congregación y para nuestros jóvenes y nosotros somos los responsables por la tarea que se nos ha confiado como hermanos mayores. A esto se dirige la Reestructuración y las decisiones que estamos llevando a cabo, pero la adhesión exige de nosotros mayor entusiasmo, valor y confianza en Dios. Evitemos obstaculizar el futuro permaneciendo cada uno encerrado en su casa, en las propias situaciones: hemos sido invitados por Dios a salir del campamento.

Zaqueo no le dice más palabras a Jesús: solamente está alegre por recibirlo y promete solidaridad con los pobres y restitución a quienes ha defraudado y Jesús afirma que la salvación ha entrado en esa casa. Como sucederá en la primera comunidad de Jerusalén, donde se daba un gran testimonio al colocar en común los propios bienes (Hech 4, 34s.), así también Zaqueo se compromete a compartir su riqueza y a restituir lo que había sustraído injustamente.

La justicia recuperada lo rehace como hijo de Abraham, la solidaridad le brinda una nueva pertenencia al pueblo de Israel. Encuentro con Jesús – solidaridad - salvación, tres palabras y tres realidades que en este episodio están estrechamente relacionadas y, por consiguiente, cada una con las otras dos.

Son emblemáticas también para nosotros y para cuanto estamos intentando lograr en la Congregación en estos años y en estos días de Sínodo: deben ser directrices y confirmación de lo que Dios quiere de nosotros, “hoy”; palabra repetida por Jesús en esta historia.

Y no me sorprende que este pasaje del Evangelio llame hoy nuestra atención y nuestra reflexión, casi dando a entender que Dios sigue de cerca nuestro camino, conoce nuestras fragilidades e indecisiones, pero quiere confirmarnos en la voluntad y en el corazón para realizar los planes que tiene sobre nosotros. El pasaje de Zaqueo es su palabra para nosotros como clausura del Sínodo. Es su profecía para nosotros.

Él nos quiere hablar, diciéndonos que el encuentro y la vida con Jesús (“debo quedarme en tu casa”) es fundamental y la premisa de toda salvación, es una invitación a una vida espiritual fuerte y a la intimidad con el Señor en la Comunidad, “en tu casa”.

Nos quiere confirmar que el encuentro auténtico con Jesús, convierte y ayuda a restaurar la justicia, a reconocer los derechos de los pobres y refuerza y fortalece la capacidad de compartir los bienes y la vida. Y esto trae la salvación, es el Reino de Dios en nosotros y en la Congregación.

Y el pasaje, en su misterio, nos recuerda también la misión “pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” que resume el sentido de toda la misión de Jesús y nuestra misión por la vocación pasionista recibida. Él, en efecto, es el pastor que ha venido a buscar la oveja perdida y lo ha hecho frecuentando las casas de los “pecadores” y dejándose crucificar entre “los impíos”.

En el pasaje de la Carta a los Tesalonicenses, Pablo comienza con una oración en la que pide que el Señor “lleve a término toda obra buena y la actuación de vuestra fe” de modo que los cristianos de Tesalónica puedan ser siempre considerados “dignos de su vocación” y en ellos “sea glorificado el nombre del Señor Jesús”. Es también una invitación a que llevemos a término la labor emprendida.

En la primera lectura, un pasaje del libro de la sabiduría, Dios ama todo lo que ha creado. El amor tiene un papel decisivo en la creación, “amas a todos los seres” porque en la creación ha “infundido su espíritu” y esto es válido especialmente para los seres humanos. Dios tiene compasión de todos, corrige poco a poco, perdone nuestros pecados y es amante de la vida. Es la premura de Dios para ganarnos a su amor, que sabemos que es sin límites sobre la Cruz donde Jesús, por la compasión, ha llegado a sustituirse como víctima culpable de todos los pecados del mundo, a pesar de ser inocente. Y nosotros como Congregación y como Familia Pasionista, por vocación, somos sus testigos con el carisma de San Pablo de la Cruz y por el mandato de la Iglesia.

Agradezco a todos y a cada uno en particular por la presencia y por la participación: cada uno de nosotros es un don para el otro. Encomendamos los trabajos del Sínodo y los dos próximos años de preparación al Capítulo General a la protección de María, Salus Populi Romani.

San Pablo de la Cruz nos bendiga y os proteja en el viaje de regreso a casa. Amén.

P. Ottaviano D’Egidio
Superiore General, cp

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